Así fue

 

Eran las 3 de la mañana del 4 de octubre del 2005. La primera contracción pasó desapercibida, no por que no doliera sino porque pensé que era una más de esas contracciones de "calentamiento" que me habían dado en los últimos días. Una hora después llegó la siguiente. Anoté la hora en mi mente. Para las 6 de la mañana las contracciones eran cada media hora. Pedro despertó y le informé que a lo mejor ahora sí era la buena. Cuando las contracciones eran cada 20 minutos nos convencimos que Pedrito León estaba listo para salir. Pedro hizo unos hot cakes deliciosos, anticipando que no iba a comer en un buen rato. Hice mi maleta para el hospital y me despedí de las uñas de mis manos. Tenía cita con la ginecóloga, así que salimos para allá con todo listo por si nos enviaban al hospital. Para las 10 de la mañana las contracciones eran cada 10 minutos o menos. Del consultorio me mandaron al hospital. Para las 11 de la mañana estaba entrando al San Gabriel Valley Medical Center. "I am in labor" le dije a la recepcionista que me miró asombrada, supongo que porque me vio muy tranquila. Le pidió a la otra recepcionista que me llevara a obstetricia.

Me instalé en el cuarto donde pasaría las siguientes 19 horas. Aunque las contracciones eran más frecuentes e intensas apenas estaba dilatada un centímetro, el resto de mi cuerpo seguía sin enterarse de que estaba en trabajo de parto. La mucosidad que tapa el cuello de la vagina, seguía en su lugar; Pedrito León estaba de cabeza pero no se había bajado para acomodarse sobre el hueso de la pelvis. Sólo quedaba esperar. 

Si mi mamá pudo, pensé, yo también podía, así que no quería anestesia. Cuando las enfermeras preguntaron e insistieron les dije que no. Pedro resultó un excelente compañero de parto. Me guiaba en cada contracción para que mi respiración me ayudara a soportar el dolor. Tomaba mi mano, buscaba mi mirada, seguía todos lo que habíamos aprendido en nuestras clases. La que no era tan buena era yo. Las contracciones eran cada vez más fuertes. Insoportables. Miré a Pedro y confesé: "no voy a poder". La siguiente vez que la enfermera preguntó si queríamos la anestesia, yo estaba en medio de una terrible contracción. Grité que sí.

Algunas contracciones después llegó el médico anestesista. La anestesia epidural es como una intravenosa que va directo a la médula ósea en vez de ir al torrente sanguíneo. Una vez que la colocan, el analgésico fluye continuamente en una dosis mínima. Una maravilla. El parto se volvió una linda experiencia que disfruté con plena conciencia y mínimas molestias.

Mi cuerpo siguió su curso, mis contracciones eran regulares y cada vez más intensas. Eso lo sabíamos por uno de los aparatos que estaban pegados a mi  vientre. El otro aparato detectaba el rítmico sonido del corazón de mi bebé.

A eso de las 8 de la noche llegó mi mamá que cumplió su sueño de verme todavía embarazada. Mi cuerpo seguía a todo lo que daba con las contracciones pero apenas había dilatado unos 4 o 5 cm. y Pedrito León seguía muy arriba con respecto a la pelvis. Las enfermeras hablaron de cesárea. Pedro y yo nos miramos asustados. Finalmente, mi médico decidió que esperaríamos a que pasara la noche para ver como evolucionaba.

Las enfermeras me dijeron que durmiera, y me advirtieron: “va a necesitar muchas fuerzas para que nazca el bebé, descanse bien”. Claro que eso es más fácil decirlo que hacerlo cuando te están revisando los signos vitales cada dos horas. Mi mamá y Pedro también se acostaron a dormir, ahí mismo en el cuarto del hospital.

Para las 3 de la mañana mis contracciones se detuvieron. Había dilatado 8 cm. Por la intravenosa que me habían colocado desde que entré al hospital me administraron una sustancia para que continuaran mis contracciones.

A eso de las 5 de la mañana finalmente había dilatado los 10 cm. Pedrito León estaba a punto de salir. Pedro se puso en posición para ayudarme con la última fase del parto, en la cabecera de mi cama. Un lugar privilegiado donde podía evitar ver el parto en vivo y en directo. Llegaron varias enfermeras para entrenarme en eso de pujar para que saliera el bebé. Tal como me lo advirtieron, la tarea fue muy pesada. Cada vez que venía una contracción yo debía aguantar 10 segundos la respiración y pujar al mismo tiempo. Aunque no dolían, podía sentir el ir y venir de las contracciones, el problema es que no podía sentir si estaba pujando o no. La enfermera principal me dirigía, cada vez más impaciente: “No, no está bien. Otra vez”. Así pasamos casi una hora donde me sentí la más burra de las estudiantes y, peor aún, que mi inutilidad acabaría mandándome a cirugía para que me extrajeran al bebé por cesárea.

Mi médico llegó y ella fue mucho más amable que la enfermera regañona. De todos modos era frustrante. Las cosas eran así: Empezaba la contracción, tomaba aire, lo retenía, contaba lentamente hasta 10, pujaba durante todo ese tiempo, escuchaba la voz de la doctora decir “un poco más, ya está aquí”, mi mamá emocionada decía que podía ver la cabecita del bebé, se acababan los 10 segundos, la contracción continuaba, tomaba aire, contaba 1, 2, 3, 4, 5…, sentía que iba perdiendo fuerza, no podía pujar ni retener el aire, Pedro acariciaba mi cabeza para alentarme, se acababa la contracción y mi bebé no salía. Cuando este proceso se repitió por unos 20 minutos, sentí que mi bebé no iba a nacer nunca. Claro que uno sabe que eso no es posible, pero estando ahí, en ese momento, las cosas se perciben diferentes.

A las 6:25 de la mañana, finalmente, Pedro León Molina Segura vio la luz. Yo lo miré maravillada y volteé a ver a Pedro que estaba a punto de llorar de emoción. Me sorprendí, Pedro nunca llora y juraba que si veía un parto en persona lo más seguro es que se desmayaría o le daría asco. Pero nada de eso.

Colocaron a Pedrito León bajo un calentador para pesarlo, medirlo y limpiarlo. Pedro se acercó y le habló, Pedrito León dejó de llorar, abrió los ojos y volteó hacia donde estaba la voz de su papá. Luego, le pidieron a Pedro que cortara el cordón umbilical. Después nos enteramos que eso es una tradición por acá, pero en ese momento agarraron a Pedro por sorpresa  y tardó un rato antes de decidirse a cortar el cordón. “¿Y si lo hago mal?”, decía.

Casi una hora después de nacido, Pedrito León fue puesto en los brazos de su madre por primera vez. Finalmente nos conocimos, creo que le caí bien.

Siguiente

Regresar a La Creación